Hola de nuevo y bienvenidos a nuestro blog, hoy vamos a hablar de las etiquetas diagnósticas en el ámbito de la psicología, un tema redactado por Ana García Resano y sobre el que vamos a analizar algún aspecto importante en el cambio terapéutico.

Las etiquetas diagnósticas son los nombres o categorizaciones en las que dividimos los diferentes tipos de problemas en función de la sintomatología que presenta una persona. Podemos plantearnos: ¿por qué categorizamos? La respuesta a esta cuestión podría resumirse en que hacemos uso de etiquetas ya que estas nos ayudan a ordenar y comprender la realidad de forma rápida y sencilla. Por tanto, en el área de la psicología también se emplean, procurando transmitir un diagnóstico en clave de resumen descriptivo. Estas etiquetas diagnósticas ofrecen ciertas ventajas, por ejemplo nos ayudan a comunicarnos de manera más fácil y resumida. Asimismo, a veces resultan aclaratorias o tranquilizadoras para algunas personas, ya que se le pone nombre a aquello que nos ocurre. Con ellas afianzamos que nuestro sufrimiento es reconocido e incluso compartido por otros y entendemos que no somos las únicas personas que lo padecemos.

De hecho, las personas tendemos a ponerle nombre a todo lo que nos ocurre. Sin embargo las etiquetas son estáticas y específicas, mientras que nosotros vamos evolucionando y cambiando día a día. Cada diagnóstico puede manifestarse de forma completamente diferente en cada persona. En la práctica los motivos por los que se asigna una misma etiqueta diagnóstica a diferentes personas pueden ser muy diferentes o incluso no coincidir entre sí. Es crucial tener presente que la realidad no está hecha para ser medida: aunque un problema se pueda etiquetar, lo realmente influyente en el cambio terapéutico es conocer y desgranar qué conductas están presentes en cada persona en particular, por qué se dan y qué las mantiene en el tiempo. Es decir, debemos ir más allá y encontrar una explicación a nuestras experiencias, no solo nombrarlas.

Por ejemplo, si creemos que la causa de nuestro bajo estado de ánimo o de nuestro  nerviosismo es eso que llamamos «depresión» o «ansiedad», podemos caer en el error de pensar que no podemos hacer nada contra ello. Probablemente terminaremos adoptando un papel pasivo e incorporando ese diagnóstico como parte de nuestra identidad. Esto último puede generar sentimientos de desesperanza o frustración en términos de un futuro tratamiento psicológico. Si por el contrario intentamos buscar por qué en nuestro caso en concreto se nos ha asignado esa etiqueta, probablemente contextualicemos mejor nuestra situación. De este modo, el cambio de perspectiva puede ser un aliciente para entender que hay posibilidades de cambio y pasar a la acción. Es decir, supone un abordaje individualizado atendiendo a las circunstancias específicas de cada persona, facilitando una intervención mucho más eficaz y favoreciendo en nosotros un rol activo.

En definitiva, los diagnósticos pueden ser útiles en el ámbito de la psicología, aunque con ellos también se escapan muchos detalles. Por tanto, es importante tener presente que el contexto e historia de vida de cada uno de nosotros es único, por lo que las etiquetas no hacen justicia a la complejidad de las personas.

Como siempre me despido hasta el próximo blog con un abrazo de 20sg para cada uno de los lectores.


 Ángela Carrera Camuesco
Psicóloga Clínica y directora de CIPSA

Ana García Resano
Psicóloga en prácticas en el Departamento de Psicología Clínica
del Centro Interdisciplinar de Psicología y Salud, CIPSA

Imágenes: Pexels

 

 

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