Los bebés ya desde su nacimiento van haciéndose grandes expertos en la comunicación no verbal: lloran, sonríen, miran a los ojos, agitan brazos y piernas para comunicarse con los adultos. Ellos aprenden con rapidez que, a través de sus conductas comunicativas innatas, obtienen una respuesta satisfactoria a sus deseos, especialmente con su recurso más potente y eficaz: el llanto.

Poco a poco el bebé se va dando cuenta que tiene “súper poderes” cuando llora: con frecuencia sus cuidadores se dan prisa para sacarle de la cuna y cogerle en brazos, sobre todo aquellos que tienen menos experiencia en la crianza. Empieza a ser consciente que da igual lo que pida en cada uno de sus lloros, la reacción es inmediata y mágica: le sacan al mundo en vertical y eso... es fascinante para él por la multitud de estímulos de los que puede disfrutar, y ante todo porque consigue lo que más le gusta: sentir piel con piel el contacto con las personas más cercanas a las que reconoce pronto, primero por la voz y el olor y después por el rostro, particularmente a su mamá.

El problema empieza cuando el bebo va cumpliendo semanas, ya no duerme tantas horas y la vida en horizontal empieza a ser aburrida: mirar al techo y estar solo, hay que ponerse en su lugar, no da mucho de sí, es poco estimulante para un personita que desea explorar el mundo y estar con la familia que tanta seguridad psicológica le aporta.

Pero, claro, el nene no sabe que ya le van considerando un niño y que, además de criarle, sus seres queridos tienen muchas más tareas diarias que hacer, por lo que se vuelve más impaciente y exigente ya que no comprende por qué han cambiado las reglas del juego: “desde muy chiquitín, lloraba y me cogían en brazos, a todas horas, pidiera lo que pidiera, ahora ya no. Aquí hay algo que no va bien. ¿Entonces…qué hago…?”

Así que del llanto se pasa a la llorera y de ésta a la rabieta de sollozos, la cual no falla: el cerebro humano parece no estar hecho para aguantar escuchando, más allá de cinco minutos, el gimoteo desconsolado y a pleno pulmón de un bebé de pocos meses: el estrés se apodera de cualquiera.

Y sin querer, entramos en una espiral que parece no tener salida: el bebé tiene más recursos que los mayores, sabe que para que le cojan todo es cuestión de cuerdas vocales y de minutos llorando.

También existe otra variante que, a la larga, refuerza la pataleta para con sus padres: aquellos familiares, que estando de visita a cualquier hora, consideran que los bebés son de encefalograma plano, como si tuvieran en su regazo un juguete, no se les pasa por la cabeza pensar que los pequeñines nacen casi aprendidos por naturaleza y supervivencia humana. En muchos casos, se lo van pasando unos a otros, cada cual una gracieta, por supuesto el bebo encantado porque le han cogido en brazos, les responde con su segundo gran recurso poderoso: la sonrisa, una de las primeras manifestaciones de la inteligencia emocional. A veces, no les importa que sea su hora de dormir, de comer o de descansar (los peques también se cansan). De esta forma, y por unos minutos de visita, han conseguido desajustar el ritmo del horario del pequeño y han reforzado el condicionamiento de estar siempre en brazos que, sin duda, lo padecerán sus padres, de noche y de día, con el temido llanto por llamadas de atención.  

Educar a un bebé no debiera de resultar difícil, solo es cuestión de sentido común: si llora, normalmente es por hambre, cambio de pañal, fiebre o molestias físicas (estomacales, dentales, etc.). Descartando los factores de salud, no nos damos cuenta que al responder sin más a sus sollozos él aprenderá a manipular al adulto.

Si duerme, se le deja tranquilo en sus horas de sueño y no se le despierta ¿o es que a los adultos nos agrada que nos desvelen a media noche o a la hora de la siesta? Hay que evitar que se convierta en un niño con trastornos del sueño.

Si come, que sea en un ambiente agradable y sin prisas para prevenir, posteriormente, desórdenes alimenticios.

Y sobre todo y ante todo a un bebé hay que darle mucho cariño, tener paciencia y comprensión, al tiempo que potenciamos su autonomía personal para no caer en la dependencia emocional ya que puede ser el origen, años más tarde, de su baja autoestima y/o ansiedad ante la solución de los problemas cotidianos.

Cuenta con nosotros: en CIPSA asesoramos a la futura mamá y a su familia en la educación del bebé durante el embarazo y en la crianza.

 

Mª Jesús Franco Domínguez
Psicopedagoga y Logopeda (Nº col.: 39/0216)
CIPSA

 

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